Hace
aproximadamente 53 años fue asesinado en la Penitenciaría de la Victoria,
Rafael Adolfo Estévez Cabrera (Fellito), oriundo de Moca, uno de los hombres
más valientes nacidos en este país. La historia de su muerte merece ser
conocida por las nuevas generaciones y por los contemporáneos que desconocen
este episodio de la lucha contra la tiranía de Trujillo.
Corrían
los primeros meses de 1956. En la ciudad de Santiago, cada mañana en horas de
recreo en el patio delantero del liceo secundario Ulises Francisco Espaillat,
las muchachas suspiraban y entornaban los ojos cuando un apuesto galán se
desplazaba lentamente al volante de un automóvil convertible del año, se
desmontaba frente al liceo y miraba a las estudiantes de bachillerato con aire
de conquistador.
Grande
fue el descontento de aquellas doncellas, cuando una mañana el joven Don Juan,
de excelentes modales y esbelta figura, faltó a su acostumbrada galantería, y
mayor fue la sorpresa de todas cuando se enteraron de que había sido apresado
junto a familiares y otras personas, al ser develada una trama para matar al
Generalísimo Trujillo cuando éste asistiera a Santiago ese año, a las
celebraciones de la Batalla del 30 de Marzo.
En
el denominado “Complot de Moca”, encabezado por Rafael Estévez Cabrera
(Fellito), fueron implicados también su padre Don Fello y su hermano Gustavo
Adolfo, junto a otros. Todos fueron condenados a 30 años y un día de trabajos
públicos y trasladados a la Penitenciaría de La Victoria, que en ese entonces
era custodiada por militares del Ejército Nacional, al mando del coronel
Horacio Frías, un antiguo chofer de Trujillo que de cabo llegó hasta coronel en
base a sus crímenes, aunque nunca aprendió el abecedario.
El
grupo fue confinado en una celda solitaria completamente oscura ubicada en el
llamado “Pasillo de la Muerte”, reservado a los desafectos al régimen
trujillista. Cada mañana a las siete, eran sacados bajo fuerte custodia militar
a realizar trabajos de chapeo en los alrededores del centro penitenciario. Iban
vestidos con el reglamentario uniforme fuerte azul, con las cabezas peladas a
“caco” y un machete sin filo debajo del brazo. Caminaban erguidos, Fellito a la
vanguardia. Al mediodía eran regresados al recinto para recibir el almuerzo, el
cual consistía en una supuesta sopa (agua hervida sin sal ni condimentos, con
algunos trozos de cabeza de vaca, sin limpiar). A las dos de la tarde volvían a
la misma faena, hasta las cuatro.
Una
mañana de octubre de 1959, al cruzar por el comedor de alistados, ruta obligada
para salir al frente del penal, Fellito se detuvo bruscamente, altivo, delante
de un gigantesco retrato de Trujillo que estaba pintando al óleo un recluso de
confianza y, con los ojos lleno de ira le dijo: “No pierdas tu tiempo en esa
porquería”. Reinó un absoluto silencio. El militar que custodiaba a Fellito le
dio un empujón con la culata de su fusil, y todos marcharon rápido y en
silencio.
Para
ese entonces, las celdas del “Pasillo de la Muerte”, unas diez o doce, estaban
repletas de enemigos de Trujillo, cuyo régimen había entrado ya en
descomposición como consecuencia de la reacción que produjo en diversos
sectores de la sociedad la forma inhumana en que fueron exterminados los
patriotas que desembarcaron por Constanza, Maimón y Estero Hondo en junio de
1959. Entre los confinados se encontraban Poncio Pou Saleta, Mayobanex Vargas,
Medardo Germán y el cubano Delio Gómez Ochoa, quienes fueron libertados al año
siguiente por orden de Trujillo. También estaban detenidos 23 sargentos
técnicos de la entonces Aviación Militar Dominicana, por haber saboteado una
flotilla de aviones en la base aérea de San Isidro, echándoles arena a los
tanques de gasolina. Los sargentos fueron eliminados la misma noche y en la
misma forma que mataron a Fellito Estévez.
El
día anterior, su padre Don Fello fue puesto en libertad, y aquel otrora rico
hacendado de Moca hubo de salir de La Victoria con el pantalón del uniforme
fuerte azul y una camisa que le consiguió el sargento mayor encargado de la
cárcel, quien también le dio de su bolsillo dinero para el pasaje. Esta acción
humanitaria pudo haberle costado la vida a aquel suboficial que en varias
ocasiones había manifestado a personas de su confianza, su disgusto por los
métodos represivos utilizados entonces en ese penal.
La
tarde del 4 de noviembre de 1959, cuando el nefasto cabo Moreta, jefe de los
carceleros, abrió la celda solitaria y le dijo a Estévez Cabrera que se
preparara, que su caso iba a ser revisado y que por tanto, sería trasladado a
Santiago, Fellito y sus compañeros comprendieron que había llegado el
presentido final.
Al
día siguiente fue transmitido por radiotelégrafo a todos los cuarteles del
país, el siguiente telegrama: “En el día de ayer, mientras se encontraba
realizando trabajos en los alrededores de la Penitenciaría de La Victoria,
emprendió la fuga el recluso Rafael Estévez Cabrera (Fellito), acusado
de…” Le había sido aplicada la famosa
“Ley de fuga”, instrumento predilecto de la tiranía para eliminar a los
contrarios de Trujillo sin despertar suspicacias en el pueblo.
La
forma en que fue muerto este mártir antitrujillista, es narrada por su hermano
Gustavo Adolfo en un poema-testimonio titulado “Recordando tu Muerte”, publicado
el 4 de noviembre de 1979 en el Listín Diario, al cumplirse 20 años de tan horrendo
crimen, poema que reproducimos a continuación, permitiéndonos modificar, con el
permiso de su autor, la parte concerniente al tiempo transcurrido:
“Cuatro de la tarde, cuatro de noviembre del 59.
Cincuenta y tres años de olvido, cincuenta y tres años de nada. Tanto valor,
tanta hombría perdidos en el tiempo, perdidos en la nada. A esa hora sonó el
cerrojo, y los pasos de Moreta y familia repicaron a lo largo del pasillo.
Silencio y espera… ¿A quién será, para qué será?
“¿Quién se llama Rafael Estévez Cabrera? “ “Yo
soy, qué quieren”. Usted va trasladado a Santiago para revisar su caso. Se
alejaron, y volvió el silencio y volvió la espera. Pero el tiempo fue corto,
sólo bastó un minuto para saber la verdad. Había llegado la hora final, Más de
tres años de espera, encerrado. 36 años de espera, era la hora final. Tarde o
temprano tenía que llegar. Naciste para llegar pronto, donde fuera. Y fue la
muerte. Otros no llegan nunca, a nada… ni a la muerte. Se gastan poco a poco, y
se extinguen.
“Desde las cuatro hasta las ocho. Cuatro horas de
espera, sin poder hacer nada, sin poder decir nada, nada. Cerradas las celdas
con candados de hierro. En lo ancho y largo, el pueblo encerrado. Cerrados los
sesos de guardias y cabos, de guardias y cabos que son generales.
“El tiempo teje poco a poco el camino hacia la
muerte. En esa fecha nefasta, caerían contigo el grupo de los sargentos. Frías
en la oficina… Moreta y Familia traían sargentos uno por uno. Macanazo en la
nuca, y la cuerda al cuello. Un sargento era un cerdo. Cada dominicano era un
cerdo.
“Y llegó tu turno. Ya sabías donde ibas. Saliste
pisando fuerte, siempre fuerte, con la frente en alto. –“Mis compañeros verán
cómo mueren los hombres”- Macanazo en la nuca, y la cuerda al cuello. Tanto
valor, tanta hombría perdidos, perdidos para siempre, perdidos en la nada, para
nada, por nada.”
(Este
artículo fue publicado por el autor en el vespertino La Noticia, en noviembre
de 1989. Lo reproduzco aquí, a propósito de los actuales intentos de Ranfis
Domínguez Trujillo, por revivir la memoria de su sanguinario abuelo.)