La sociedad dominicana, hastiada de más de 30 años de oscurantismo
político, y angustiada durante tres largas décadas de sangrienta tiranía, creyó
ver a partir del 30 de mayo de 1961, con el ajusticiamiento del tirano, la luz
al final del túnel.
Para la gran mayoría del pueblo había llegado por fin el momento de
realizar cambios profundos en nuestro país, con miras a instaurar un régimen de
derecho, respetuoso de las libertades públicas y proclive a la aplicación de la
justicia social.
Para esa fecha el país experimentaba una situación
revolucionaria, caracterizada por la existencia de una crisis política,
económica y social; una crisis fruto del agotamiento histórico de un régimen
tiránico que había controlado todos los aspectos de la vida nacional.
En lo político, el bloque de poder, es decir la oligarquía
tradicional, la iglesia y el gobierno norteamericano, tenían fuertes
contradicciones con Trujillo, lo cual produjo al tirano un aislamiento
internacional que le hacía difícil mantener su dominio por medio del terror y
del control ideológico del pueblo.
La crisis económica se expresaba en la caída de las inversiones
privadas y en los problemas financieros del gobierno. Y la crisis social se
evidenciaba en el auge de la lucha popular y el creciente rechazo del pueblo a
la dictadura.
Y es que, como apunta José Ingenieros en su enjundioso ensayo
sobre las Fuerzas Morales, “cada vez que una generación
envejece y reemplaza su ideario por bastardeados apetitos, la vida pública se
abisma en la inmoralidad y la violencia. En esa hora deben los jóvenes empuñar
la Antorcha y pronunciar el Verbo: es su misión renovar el mundo moral y en ellos ponen sus esperanzas los pueblos
que anhelan ensanchar los cimientos de la justicia. Libres de dogmatismos,
pensando en una humanidad mejor, pueden aumentar la parte de felicidad común y
disminuir el lote de comunes sufrimientos”.
Y
resalta el destacado ensayista italo-argentino: “Jóvenes son los que no tienen complicidad con
el pasado”.
Aunque en nuestro país estaban dadas las condiciones
socio-económicas para que surgiera una revolución, la misma estaba muy lejos de
producirse debido a que no existía una fuerza política capaz de derrocar la
dictadura y tomar el poder. O sea, la vanguardia que debía dirigir el proceso
de cambio, integrada por organizaciones sociales y políticas, era muy débil.
Pese a que para el 1959-60 no existía esa vanguardia, y a pesar
de que Trujillo se tambaleaba, éste daba muestras de que no entregaría
pacíficamente el poder, circunstancias que llevaron al gobierno norteamericano
salir a tiempo de Trujillo, antes de que una fuerza política interna lo
derrocara e iniciara un cambio revolucionario, como había sucedido dos años
antes en Cuba, bajo la forma de un ejército guerrillero con apoyo de masas que
liquidó la dictadura de Batista.
A la muerte de Trujillo, su hijo Ramfis era el jefe de las
Fuerzas Armadas y se encontraba en Francia, de donde regresó de inmediato
llamado por el “presidente”
Balaguer, para asumir el poder. Como es natural, el
grupo de burgueses y pequeños burgueses enriquecidos durante la Era se adhirió
a Ramfis y a Balaguer. Asimismo, el aparato militar del régimen desató una
fuerte represión, asesinó a varios de los involucrados en el tiranicidio y a
otros los apresó.
La burguesía tradicional comprendió que muerto Trujillo no era
posible la continuidad del régimen y para tomar el poder creó la Unión Cívica
Nacional, donde también participaron pequeños burgueses. El principal líder de
ese grupo era el médico antitrujillista Viriato Fiallo.
Paralelamente, en el seno de la sociedad dominicana se había
venido incubando una generación rebelde, contestataria, que cerró filas en el
Movimiento Clandestino 14 de Junio, liderado por Manolo Tavárez Justo.
De nuevo citamos a Ingenieros: “Cada generación
abre las alas donde las ha cerrado la anterior, para volar más lejos, siempre
más. Cuando una generación las cierra en el presente, no es juventud: sufre de
senilidad precoz. Cuando vuela hacia el pasado, está agonizando; peor, ha
nacido muerta”.
Como el asesinato del tirano desató una importante lucha popular
contra sus herederos en el poder y el país seguía aislado internacionalmente,
el régimen se vio obligado a permitir el retorno de los exiliados y a liberar a
los hombres y mujeres del 14 de Junio que permanecían en la cárcel.
El 5 de julio de 1961, llegó al país una delegación del Partido Revolucionario
Dominicano encabezada por Ángel Miolán, e integrada además por Nicolás Silfa y
Ramón A. Castillo, la cual comenzó a crear estructuras organizativas. Cuando
el PRD, organización fundada en Cuba en 1938, llegó a la República Dominicana,
hubo una grande manifestación, y en esa concentración, Ramón A. Castillo
proclamó aquello de “borrón y cuenta nueva,” en procura de pacificar los ánimos
políticos. Tres meses después llegó Juan Bosch y se
puso al frente de ese partido.
Cuando el Profesor Bosch regresó a República Dominicana, el 20 de
octubre de 1961, luego de 24 años de exilio, pronunció un elocuente discurso
en el cual hizo “un llamado a la concordia nacional, al abandono del rencor y
el odio y a la construcción con el esfuerzo de todos de un nuevo hogar
para la democracia de América”.
En otro orden, Manolo y el resto de catorcistas que salieron de
las cárceles reorganizaron su grupo político, el cual se convirtió en
Movimiento Revolucionario 14 de Junio, cuyo objetivo inmediato fue organizar la
lucha militante contra los remanentes de la tiranía.
El 14 de Junio y la Unión Cívica centraron sus esfuerzos en
desalojar a los trujillistas del poder, y aunque organizaban juntos grandes
manifestaciones, los objetivos políticos de ambos eran distintos. En cambio, el
PRD buscó el apoyo del pueblo demandando reivindicaciones sociales.
Las masas, eufóricas, recorrían las calles de todo el país
derribando estatuas del tirano y persiguiendo a los esbirros de la tiranía. El
caldo de cultivo estaba en ebullición, pero hacía falta un líder que encauzara
en forma organizada a las masas irredentas, profundizando las contradicciones
de clases y con una clara estrategia política.
El gobierno norteamericano presionó a Ramfis para que
liberalizara el régimen y se pudiera así levantar las sanciones económicas impuestas
por la OEA como castigo al atentado de Trujillo contra Rómulo Betancourt,
entonces presidente de Venezuela. Sectores del gobierno controlado por Ramfis y
Balaguer se opusieron a la propuesta norteamericana y pretendieron resolver por
la fuerza la situación y mantener el sistema de dominación heredado de
Trujillo. Sin embargo, tal esfuerzo ya no era sostenible, debido al empuje
popular y la presión externa.
Aunque la tristemente célebre frase de “borrón y cuenta nueva” no formó
parte de aquel histórico discurso de Bosch, la cual fue una infeliz ocurrencia
de Ramón Castillo, más adelante el profesor Bosch asumiría esa consigna como
método de lucha para atraerse la simpatía de las fuerzas desplazadas del poder
con la muerte del tirano.
Con la consigna de "Borrón y Cuenta
Nueva" el Partido Revolucionario Dominicano se atrajo el voto de los
trujillistas (y de los que no lo fueron del todo, pero se sintieron amenazados,
o al menos molestos, por los látigos que pregonaba el Dr. Viriato
Fiallo).
Aunque esta consigna le dio el triunfo
al PRD, los
resultados han sido nefastos para la institucionalización de la República
Dominicana.
Actualmente cobra mucha fuerza lo expresado hace
años por el polémico periodista Miguel Ángel Velázquez Mainardi en su obra
Corrupción e Impunidad en República Dominicana: “El nivel escandaloso a que ha llegado el llamado “borrón y cuenta
nueva”, en los últimos (…) años, ha generado el desarrollo de fuerzas
económicas que, por su influencia, resultan ser poderosas e inexpugnables. Este
fenómeno tiene, hoy por hoy, inconfundibles perfiles de alta delincuencia, lo
que lo inserta en el contexto de expresión gangsteril dada su analogía con el
hamponismo político”.