(Publicado en Listín Diario, el domingo 26 de noviembre del 2000. Espectacular, pág. 6)
Muchos prefieren ignorar las
humillaciones y la explotación de que eran víctimas las artistas de la llamada
época de oro del arte dominicano.
ARISMENDI
VÁSQUEZ G.
Santo
Domingo
Desde hace décadas las mujeres de todo
el planeta participan de forma activa en la vida de la sociedad contemporánea,
en reclamo del espacio que como seres humanos les corresponde. La mujer dominicana no ha vivido al margen de este movimiento universal. Ciertamente ha
tenido que librar duras batallas para que le sean reconocidos sus derechos y,
aunque lejos está aún del logro total de tan hermosa reivindicación, resulta
evidente su participación activa en distintos menesteres de la vida nacional.
Queremos hablar en este trabajo sobre
una gran cantidad de mujeres que laboran en el mundo del espectáculo,
específicamente en el área popular; un mundo de oropel, lleno de magia, risas,
placeres y aparente felicidad, pero que tiene también su triste reverso cargado
de injusticias, amarguras, explotación y miseria.
Dos géneros predominan en el arte
popular, apropiados para la mujer: el canto y el baile. Las que llegan al
estrellato disfrutan del lado rutilante de la medalla; pero las del montón sólo
cosechan amarguras y humillaciones, y son explotadas, usadas y vilipendiadas
por los magnates del mundo del espectáculo.
La
época de Petán Trujillo
Aunque en el país han existido
cantantes y bailarinas desde mucho antes del presente siglo, no es sino hasta
las décadas de los 40 a los 60 cuando toma gran auge la actividad artística,
con la fundación el 1 de agosto de 1942, del Palacio Radiotelevisor La Voz
Dominicana (hoy Radiotelevisión Dominicana), propiedad en ese entonces el
general J. Arismendi Trujillo Molina (Petán), quien había iniciado su incursión
como empresario radiofónico en Bonao, donde fundó años antes La Voz del Yuna.
Hay quienes proclaman que Petán fue un
protector y propulsor del artista dominicano, por cuanto en su radiotelevisora
(única en el país en ese entonces) se fundaron sendas escuelas e canto, de
baile y de arte dramático y se formaron varias orquestas (la San José, la Angelita,
entre otras), así como se crearon programas radiales y televisivos donde se le
daba participación al artista dominicano. Pero quienes así se expresan obvian
la otra cara de la moneda. Parecen ignorar los vejámenes, humillaciones y
explotación de que eran víctimas los artistas de la llamada “Época de oro”.
Pues bien, Petán Trujillo tenía un
grupo de “escuchas” que se encargaban de reclutar hermosas adolescentes en los
campos y provincias del país, con deseos de ser artistas y con aptitudes para
el canto o el baile. Algunas de las que tenían la suerte de ser aceptadas por
el “protector del artista dominicano”, eran invitadas por éste a pasar a su
lujoso despacho, en la tercera planta del Palacio Radiotelevisor, donde les
regalaba, para seducirlas, cajas de panties, brasieres y mediofondos (tenía un
closet lleno de estas prendas femeninas). A algunas las seducía con palabras
bonitas y luego las violaba.
En el patio de la Radiotelevisora,
Petán hizo construir un bungalow (edificación que hoy es sede de Amucaba),
donde residían sus bailarinas favoritas (unas treinta, con edades desde 12
hasta 20 años), quienes disfrutaban de todo confort, incluidos dormitorios, buena
comida, televisión, cine, ropa y otros privilegios. Desde su lujosa residencia,
contigua al bungalow, Petán chequeaba con unos binoculares los movimientos de
su harén, cuyas integrantes servían para satisfacer, noche por noche, los
caprichos sexuales del “protector del artista dominicano”.
Cada martes y cada viernes, a las 8:00
de la noche, “el general” se paraba, vestido con uniforme de gala y acompañado
de varios de sus incondicionales, en la puerta de la Oficina de información
(anexo que fue demolido hace años, para construir una antena gigante). Antes de
iniciarse el show que cada mares y cada viernes era presentado en vivo en el
anfiteatro al aire libre, desfilaban ante “el Protector”, organizadas en una
larga hilera, la bailarinas, tanto las “internas” como las “externas” (estas
últimas eran unas sesenta o más), quienes daban a Petán un beso en la mejilla y
recibían de él una papeleta de a peso nuevecita, a la cual llamaban “el
Pápiro”.
El empleado de La voz Dominicana que
osara mira con ojos de interés o conversar siquiera con alguna de estas
bailarinas, corría el riesgo de ser cancelado y hasta de ir a parar a la
cárcel. Los “escuchas” se encargaban de vigilar los pasos de las mismas.
En lo que respecta a las cantantes de
la “Época de oro”, su condición era distinta, aunque eran víctimas de las
mismas humillaciones y explotación.
Algunas fueron casadas a la fuerza por Petán con el hombre elegido por
él mismo, luego de haberlas disfrutado sexualmente. Muchas se dieron a
respetar, en base a su calidad artística, su seriedad profesional y su
dignidad femenina, entre quienes destacan Elenita Santos, Fellita Puello Cerón,
Lita Sánchez, Violeta Stefan, Ángela
Vásquez, así como las bailarinas Josefina Miniño y Nereyda Rodríguez, entre
otras.
De
1961 hasta ahora
Con
la caída de la tiranía trujillista, el país comenzó a experimentar
cambios significativos en todos los órdenes. Al afianzarse las libertades
públicas y expandirse la vida económica del país, proliferaron los centros de
diversión, cuyo auge abarca actualmente todo el país, con el surgimiento de
bares, discotecas, hoteles y lujosos night clubs, que sirven de fuentes de
empleo para las bailarinas y las cancionistas. Algunas trabajan por placer, las
más por necesidad, y otras buscando descollar dentro del arte popular. Sea cual
fuere el motivo que las impulsa a subir a la pista, lo cierto es que, salvo raras
excepciones, en su mayoría son acosadas sexualmente por los clientes, así como
por propietarios y funcionarios de centros de diversión y, hasta por cronistas aventureros.
Algunas ceden, en aras de conquistar
el éxito o de que les sea extendido un contrato; otras, con fines de ascender o
ganar un comentario favorable en la prensa escrita, radial o televisiva. Pero
también existen las que se dan a respetar y que logran alcanzar la popularidad y
el estrellato en base a su calidad artística y al trabajo tenaz que realizan,
entre quienes cabe mencionar a Luchy Vicioso, Sonia Silvestre, Rhina Ramírez,
Maridalia Hernández, Cecilia García y otras tantas.
Ciertamente, la mujer dominicana ha
tenido que salvar muchos obstáculos de orden moral para brillar en el mundo del
espectáculo; algunas han sucumbido, pero las más han sabido mantener su
dignidad.
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