Superada la dictadura de Hereaux en 1899, la
República Dominicana inició el siglo XX con un marcado optimismo, hecho que
puede notarse en el acento liberal y nacionalista de las exposiciones de sus
principales intelectuales y en el notable flujo de las ideas que ponían énfasis
en la necesidad del fortalecimiento de la democracia y el orden institucional
de la nación.
Cabe destacar en ese orden las aportaciones de los
hermanos Henríquez y Carvajal, Francisco y Federico, Luis Conrado del Castillo,
Américo Lugo y Enrique Jiménez, nuestro
primer pensador de ideas social-demócratas, entre otros.
Sin embargo, todo parece indicar que el retorno a
la dictadura con Cáceres, y el difícil período de inestabilidad registrado a
partir de su muerte en 1911, y la propia intervención miliar norteamericana de
1916, afectaron las concepciones progresistas y contribuyeron a afianzar en el
mundo intelectual dominicano el pensamiento pesimista de raíces biologistas y a
su corolario, el racismo.
El primer estudio de esencia pesimista bien
articulado teóricamente, lo es La
alimentación y las razas, escrito a finales del siglo XIX por José Ramón
López, y, es bueno subrayarlo, no registró entonces gran repercusión, sino años
después, en pleno siglo XX.
Este ensayo constituye el primer intento de
explicación sociológica del atraso político, económico y social del pueblo
dominicano. En él, José Ramón López acentúa el factor biológico para determinar
el proceso histórico general de la nación.
El meollo de sus argumentos parte de la
degeneración de las “razas” que conformaron a nuestro pueblo: el aborigen, la
española y la negra, a causa de una mala alimentación.
“La mala alimentación –subraya el citado autor- ha
establecido en nuestros campos la moralidad que les es peculiar. Debilitó al
hombre, le empobreció la fuerza cerebral, y ya en esos extremos fue perezoso,
efecto éste que corrobora la causa, pues inutiliza al campesino para
destruirla” (pág. 48). “La imprevisión hace el campesino jugador empedernido,
pues no alcanzan a imaginar otro alivio a su miseria, y se aferran al vicio que
ha de agravarlas” (pág. 51).
“La violencia le convierte pronto en homicida,
cuando no en asesino; y la doblez le cierra el camino de la prosperidad
honrada, por el aislamiento y la desconfianza que riega en torno a él”.
Importante es anota que varias décadas después,
López escribió otro ensayo sociológico: La
paz en la República Dominicana, (19015), donde negó absolutamente sus
postulados anteriores.
Así, por ejemplo, refiriéndose a ese mismo
campesino dominicano, López sostiene en ese nuevo libro:
“Es una leyenda calumniosa la de que el campesino
dominicano es un hombre haragán. Lejos de eso, el esfuerzo muscular que realiza
cada día es verdaderamente admirable, y en las fincas de caña de Macorís ha
podido ser comprobado y puesto fuera de discusión que el labriego dominicano
realiza en cada tarea el doble de trabajo que los labriegos y extranjeros allí
empleados. Y esto es tanto más admirable cuanto que el campesino dominicano, en
la generalidad de los casos, está pésimamente alimentado.
“Lo que sucede es que la suicida organización
social que padecemos lo mantiene en la ignorancia más absoluta”.
Otro intelectual de la misma escuela pesimista y
racista, contemporáneo de López, es Federico García Godoy (1855-1924).
Las valoraciones negativas expuestas por este
último expresan el mismo fundamento biológico de López, aunque en esta caso se
acentúa mayormente el cruzamiento étnico, como factor determinante del atraso
de nuestra sociedad.
Según García Godoy explicó en su libro El Derrumbe:
“En el hibridismo de nuestro origen residen los
gérmenes nocivos que, fructificando con el tiempo, han determinado un estado
social en gran parte refractario a un desarrollo de la civilización efectiva y
pacífica. De sangre indígena, de sangre quisqueyana tenemos bien poca sosa, si
es que poseemos algo. Nuestra confección étnica actual está integrada por
sangre del blanco europeo de procedencia generalmente baja y maleantes y del
etíope salvaje y pleno de supersticiones febricitantes y fetichistas, tan
distintos y desafines: surgió un tipo colonial de aspectos precisos y
definidos, pero poco capaz de evolucionar de manera gradual y metódica hacia
formas de vida social cada vez más progresistas y perfectibles” (García Godoy,
Federico. El Derrumbe. Editora UASD, 1975, pág. 36).
Otro autor de la misma línea pesimista y racista
es el doctor Moscoso Puello, quien publicó una larga serie de artículos bajo el
título de Cartas a Evelina, donde
dibuja sus concepciones sobre el pueblo dominicano.
Según Moscoso, la mezcla de razas ha dado origen
al mestizo dominicano, “que es de tipo inferior”.
Moscoso Puello, sin embargo, no acentúa solamente
los factores biológicos para explicar nuestros atrasos, sino que agrega otro:
el factor climatológico.
Según Moscoso, el trópico ha influido para crear
en nuestro suelo un hombre, que “no tiene nada que envidiarle a los aborígenes
de hace cuatrocientos años… dada su inclinación a la hamaca y la haraganería”
(Cartas a Evelina, pág. 49).
Resulta interesante subrayar que el racismo
exhibió por nuestros intelectuales durante las primeras dos décadas del siglo
XX, no muestra rasgos de que encontró apoyo en el seno de la mayor parte de
nuestro pueblo, constituido entonces por cerca de un 90% de analfabetos, donde
el mensaje escrito no podía llegar.
El racismo comienza a cobrar fuerza a partir de
los años treinta, por estas dos razones fundamentales:
Primero: El notable crecimiento de la inmigración
negra (cocola y haitiana), fuerza laboral sobre cuyos cimientos se levantó el
desarrollo de la industria azucarera, y
Segundo: La adopción del racismo como política de
Estado por la dictadura de Trujillo, que en el nombre de un seudonacionalismo
condujo a que un grupo de sus intelectuales constituyeran un cuerpo ideológico
doctrinal, que puso énfasis en la posibilidad de la desaparición de nuestra
nacionalidad, a causa de la migración haitiana hacia nuestro territorio.
Conviene tener presente que esta creación
aberrante, que fue el marco ideológico que cubrió el asesinato en 1937 de más
de 10,000 haitianos que habitaban, sobre todo, en la zona fronteriza, surgía
precisamente en los momentos en que Hitler, en Alemania, y Mussolini, en
Italia, también convertían el racismo en política de Estado.
Estos dos funestos personajes de la historia
europea tenían muchos simpatizantes dentro e la dictadura de Trujillo.
Uno de ellos, el doctor Fabio Mota, escribió un
ensayo titulado Prensa y Tribuna (1939), donde exponía la identidad existente
entre el fascismo y el supuesto “neosocialismo dominicano”, nombre con el que
identificaba a la orientación doctrinal de la dictadura.
Otro factor importante y que también contribuyó a
fortalecer el racismo fue el espectacular desarrollo, a partir de la década del
treinta, del cine norteamericano, que dominaba completamente el negocio de
nuestras salas de exhibición. En las películas norteamericanas de entonces, el
negro y el mulato apenas aparecían, y cuando los productores cinematográficos
solían incluir una persona de color en sus drama y comedias, ésta intervenía en
calidad de sirviente, chofer, o en otros quehaceres, que nuestras clases media
y alta entendían como denigrantes.
En el caso específico de las películas de
aventuras, una mención especial en el fortalecimiento del racismo nos merecen
las cintas que protagonizó un famoso personaje de la cinematografía, que
bautizaron con el nombre de Tarzán, y que tenían como escenario África.
En todas sus películas, Tarzán, que era el blanco,
aunque criado en la selva africana, siempre salía triunfante de todas sus
aventuras, venciendo todos los peligros, mientras las “salvajes” tribus negras
siempre sucumbían.
La aplicación del fascismo como política de Estado
en nuestro país, condujo a la dictadura a la utilización de los medios de
comunicación en la misma dirección y, lo que fue más grave, a orientar la
educación pública por el mismo derrotero.
Papeles estelares jugaron en el paso de la
creación de la literatura racista Joaquín Balaguer y Manuel Arturo Peña Batlle.
Después de desaparecida la dictadura con la muerte
de Trujillo en 1961, todo el andamiaje ideológico que le sirvió de cobertura
comenzó a desgastarse, y por tanto, también el racismo como política oficial
del Estado.
Sin embargo, el racismo como tal, es decir, como
componente ideológico, siguió vigente en varias capas importantes de la
población dominicana, que había sido educada bajo tales principios. Me estoy
refiriendo a la clase media alta y a los sectores oligárquicos.
La apertura democrática (con sus limitaciones) que
comenzamos a vivir a partir de 1962, al permitir el libre juego de las ideas en
todos los órdenes, facilitó el surgimiento de grupos intelectuales que
combatieron esa lacra denominada racismo, a nuestro entender con notable éxito.
No obstante lo que hemos logrado en la lucha
contra el racismo, no es posible sostener que éste ha desaparecido.
Los procesos electorales de 1990, 1994 y 1996,
donde un hombre negro, el doctor José Francisco Peña Gómez, participaba como
aspirante a la presidencia de la República, pusieron en evidencia que esa lacra
ideológica supervive, sobre todo a nivel de la clase media, la media alta y en
los sectores burgueses más elevados.
No quiero profundizar mucho en este último
aspecto, pero sí recordarles que los grupos racistas nacionales, crearon,
incluso, una entidad, la Unión Nacionalista, que se identificaba como
“patriótica, civilista y apartidista”, que trató de explotar, con nueva
envoltura ideológica, el prejuicio antihaitiano-racista que subyace en el fondo
de la conciencia de importantes grupos sociales nacionales.
Como se recordará, los integrantes de la Unión
Nacionalista construyeron una leyenda, que sostenía que tres grandes potencias,
Francia, Estados Unidos y Canadá, con el propósito de resolver la crisis
política haitiana, y su expresión que más les afectaba, la migración de sus
habitantes hacia sus territorios, tenían proyectada la fusión de nuestra nación
con Haití, y que instrumento clave para esa fusión era el doctor José Francisco
Peña Gómez.
Envueltos en ese odio irracional que siempre
conduce al racismo, la conducta de la llamada Unión Nacionalista, en las
elecciones de 1994 y 1996 alcanzó los niveles de la inmoralidad política más
aberrante, pues en el primer evento comicial, no sólo apoyó el fraude cometido
por Balaguer, denunciado por observadores nacionales e internacionales, sino
que además, en las elecciones de 1996, los “patriotas apartidistas” de la UND
llamaron a votar contra Peña Gómez.
El documento publicado en octubre de 1995, al
tiempo que llama a votar “consecuentemente contra la conspiración que amenaza
extinguir lo que queda de la soberanía”… más adelante pide al pueblo que
“derroten a los portavoces nacionales del entreguismo y de la disolución de
nuestra nación y nuestra identidad, en la abierta conjura de fusión con Haití
con que están comprometidos”, (Documentos de la Unión Nacionalista, pág. 220,
Vol. 1, Editora Collado, Dic. 1998, edición auspiciada por la Universidad
Central del Este).
Igual conducta racista adoptó el Partido de la
Liberación Dominicana en contra del candidato del PRD, y en una de sus
manifestaciones, efectuada en Santiago, exhibió un mono de trapo con un letrero
en el pecho que decía: “José Francisco Peña Gómez”.
Pero para que queda evidencia escrita de hasta
dónde llegó el fanatismo racista entre sus miembros y dirigentes, uno de los
principales intelectuales de ese partido, el doctor Bruno Rosario Candelier, expresó,
en un artículo publicado el 24 de junio de 1995 en el matutino El Siglo, que
Peña Gómez representaba manifestaciones, en su comportamiento y en su
psicología, del hombre primitivo, y que era “deudor de antiquísimos designios
haitianos”.
(Ensayo presentado
por el sociólogo e historiador Franklin Franco Pichardo en el Décimo Congreso
Dominicano de Historiadores, “Historia de los Pueblos del Caribe”, celebrado del
24 al 28 de octubre de 2000 en el Museo de Historia y Geografía, Santo Domingo,
República Dominicana).
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